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jueves, 12 de enero de 2012

Mejor novela romántica 2011
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Bela Marbel
Ana R. Vivo
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viernes, 17 de diciembre de 2010

ALEX PETTYFER

 
También está en proceso de concluir la esperadísima nueva obra de Steven Spielberg como productor –junto con Michael Bay–, y orquestada por el director de ciencia ficción y terror D.J. Caruso, I Am Number Four, en el que interpreta al epónimo Número Cuatro, un alienígena adolescente en sus vicisitudes después de que su planeta haya sido destruido. Después de finalizar I Am Number Four, Pettyfer planea una vez más echarse a la carretera antes de trazar su próximo destino. “Me encanta viajar, pero odio los aviones,” confiesa. Entonces, ¿cómo vence un espíritu libre el miedo a volar? “Tiro para adelante.”

BEN BARNES

Podría ser un giro irónico del destino que cada vez que Ben Barnes interpreta un papel protagónico en las películas de “Las Crónicas de Narnia”, termina teniendo conflicto con la programación de su participación en la obra de teatro que está haciendo con West End. En el 2007 Ben fue Elegido para ser el personaje principal del título es la segunda película basada en los libro de C.S. Lewis “Las Crónicas de Narnia: El príncipe Caspian”. El cual fue el primer papel protagónico importante en la carrera de Barnes, por lo que tuvo un problema al tomar una licencia al principio de la producción de West End “The History Boys” (En la que interpretó a Dakin) con el fin de hacer la película.
Con un avance rápido en su carrera hasta el 2010, Barnes se enfrenta de nuevo entre el dilema de su participación y sus responsabilidades Con “Narnia” (entre estos estar en la premier de la peli, publicidad, etc.) y su compromiso en otra obra de teatro Con West End.
En el estreno mundial de la película “Las Crónicas de Narnia: La Travesía del Viejero del Alba” en Londres el día 30 de nov. Fue elegido como el Personaje Real de Cine(la cual solo se escoge una por año) El evento principal de cinema y tv de la fundación Benelovent. Entre quienes asistieron a este evento fueron la Reina Issabel II y su Esposo, el Príncipe Felipe, duque de Edimburgo. Pero hubo un problema con la familia real ya que estaba previsto que llegaran en el momento exacto en que Ben debió estar en el escenario con su papel protagónico como Stephen Wraysford en “Birdsong” con West End, obra de teatro basada en la novela de Sebastian Faulks del mismo título. Barnes (quien interpreta al Rey Caspian en El viajero del Alba) después de hacer la entrevistas en la alfombra roja y las fotos del estreno, Tuvo que salir corriendo a Hacer “Birdsong”, antes de que la reina y su espeso llegaran.
Hace poco pude sentarme con Ben Barnes en Londres para una exclusiva, pero para el momento de la misma Ben ya había respondido todo lo relacionado con la última película del viajero del alba. Así que comencé con la entrevista.

viernes, 3 de diciembre de 2010

GUARDIANES

la que se encontraba Cassidy en aquellos momentos, era la más fácil y llevadera junto con la última, pues pasaría un par de días como si fueran los últimos minutos de una muerte apacible. Respiración y movilidad escasa, periodos cortos de lucidez o consciencia atolondrada, algunos cambios bruscos de temperatura y poco más. Ahora, sin en cambio, los días que le seguirían a estos, o las semanas, serían muy diferentes. Y al igual que en una enfermedad lenta y mortal, los episodios de dolores repentinos, horribles pesadillas, desvaríos, alucinaciones y cambios rudos de humor salpicarían de continuo las jornadas. La debilidad física de Cassidy iría menguando con el pasar de los días y las donaciones, e incluso mejoraría más rápido en este aspecto que en el puramente sicológico. Pero contando con que su cuerpo tenía que recuperarse de una muerte total y aceptar la magia que a partir de entonces la mantendría con vida, eso tampoco sucedería con la brevedad que Alexander hubiera deseado... ni muchísimo menos.

Para consolarse el moreno se dijo a sí mismo que si trataba aquello con suma pulcritud y dedicación todo se reduciría un poco. Si cuidaba con escrupulosidad la trasformación de su hermana, atendiendo con esmero sus necesidades, tratando de menguar en todo lo posible los aspectos negativos, restaría días a su transformación. Cosa muy apetecible, además de deseada, recordando en la posición real en la que se encontraban con respecto al resto del mundo. Medio planeta les estaría buscando, y quienes iban tras ellos no tendrían ninguna consideración especial con que Cassidy estuviera afrontando aquello o con el esfuerzo que él, que todos, habían tenido que realizar para que fuera posible. Por un momento la rabia invadió a Alexander de un modo inusitado, cegándole. O al menos dejándole ciego ante la realidad.

Él no fue consciente, pero su mente se estaba colapsando con la presión, de la misma manera que lo hizo en el momento que regresó al búnker. A la noche de la muerte de los señores, cuando una vez junto a su compañeros su psique se trasladó sin su consentimiento a la noche en que murió su verdadera, o más bien, su primera familia. En la cama ya no estaba Gabriel, y la chica que reposaba en ella no estaba renaciendo de su muerte a la vida eterna, ni tenía el pelo bicolor a franjas castañas y rubias. La chica estaba muerta. Del todo y para siempre. Una tonelada de cenizas la cubrían dándole un color similar al quemado dormitorio que su imaginación traicionera le mostraba.

Despacio Alexander caminó hacia un lado del lecho para dejarse caer de rodillas junto al cabecero. El aire olía a humo y le asfixiaba, aunque él, como vampiro, no necesitara más que una ínfima cantidad de oxígeno para sobrevivir. Deshecho, Alexander dejó caer la cabeza sobre sus brazos en el sucio colchón. Por un momento deseó ser humano para poder llorar a raudales y que un millón de acuosas gotas brotaran de sus ojos. Las escasas y espesas lágrimas que costosamente lograba verter Alex, jamás serían suficientes para limpiar a su hermana de aquella inmundicia. Para devolverle el rosado color a sus mejillas, para que su dorado pelo refulgiera de nuevo como el oro. Nunca serían suficientes sus lágrimas, ya las derramara como vampiro o como humano por toda la eternidad para que de nuevo de sus labios saliera su cálido aliento. Ni todo el llanto del mundo la haría resurgir de sus propias cenizas como el ave Fénix. Él había quebrantado las normas de su hogar y Abi fue quien pagó las primeras consecuencias. Pero Alexander correría con el coste total por toda la eternidad, padeciendo su ausencia. Sabiendo que si su hermana no pudo llegar a disfrutar todo lo que la eternidad le deparaba, fue única y exclusivamente por su culpa.

-No, no -susurró Alex, colérico, antes de alzar la cara y tomar por los hombros a la que él veía como Abi-. Tú te portaste mal, no hiciste lo que te dije. Te marchaste, sin avisar, yo te dije…

La voz de Alexander se cortó cuando el nudo de su garganta le oprimió tanto que temió ahogarse. Por un segundo se sobresaltó al sentir una enorme mano cernirse sobre su hombro de manera afectiva. Pero se calmó en cuanto la visión de unos enormes ojos azules le trajo de nuevo a la realidad actual, sacándole de la fantasía enfermiza en que le había sumergido su imaginación desbocada.

-Yo también estoy enfadado con ella… o lo estaba -escuchó que el gran hombre rubio confesaba en tono calmado-. Pero ella lo hizo con buena intención. Y el susto que nos ha dado ahora… -sopesó Gabriel, refunfuñando como si le estuviera reprochando a la chica-. No creo que ella pudiera evitarlo, Alex.

-Lo sé, gigante verde, lo sé -fingió que asumía Alex al tiempo que se enderezaba para recomponer sus ropas-. Es sólo que…

-Te entiendo, es tan difícil no enfadarse. Nos ha pegado un susto… Pero esperemos a que lo repita para echarle la bronca. Yo he decidido que esta vez se lo dejaré pasar. Sólo por ser la primera vez que me hace creer que se muere.

Alex no pudo evitar soltar una carcajada, producto de la mezcla del alivio y la gracia causada por ver a Gabriel tan agotado que ni siquiera se percataba con la seriedad que estaba haciendo públicas aquellas aniñadas alegaciones.

-Tienes toda la razón, mole con patas -se mostró de acuerdo-. Aunque creo que no es la primera vez que nos hace pensar que se muere. Pero de todos modos tomaré tu ejemplo y fingiré que nada ha pasado. Por esta vez.

-Sí, si vuelve a hacerlo… -La advertencia de Gabriel se vio cortada por un bostezo-. Yo mismo le daré unos buenos azotes.

-No te pases, gigantón, o tendrás que vértelas conmigo -bromeó Alexander, amenazándole con un dedo-. No hace falta… -le cortó levantando la mano en cuanto vio que Gabriel iba a explicar que sólo era una broma-. Sé que antes te cortas la mano. Yo también bromeaba, a ver cuándo empiezas a notar la diferencia, cuñadito, que ya va siendo siglo.

-¡¿Dónde crees que vas?! -intentó gritar en voz baja Gabriel cuando vio que Alex se alejaba camino de la puerta-. ¿Te vas?

-Sólo voy abajo un rato -se apresuró a tranquilizarle, acercándose a la cama-. No estaré lejos.

-Ni lejos, ni cerca -le contradijo Gabriel muy serio y cortante-. ¿Cómo puedes pensar en dejarme solo? ¿Y si mi Siddy te necesita? ¿Qué pasa si se pone mal? ¿No esperarás que yo…?

Alexander se comió los metros que le separaban de su amigo y le tapó la boca con la mano para detener su diarrea verbal nerviosa de preguntas. Se puso un dedo en los labios, exigiéndole silencio, le dio unas palmaditas en la cabeza y los cubrió de nuevo correctamente con las tres o cuatro mantas que había ido acumulando sobre ellos. Después se colocó correctamente el flequillo, se cruzó de brazos y miró de manera inquisitiva a un Gabriel que le devolvía la mirada atónito.

-Todo va a estar bien. Tú vas a estar calmado y yo cerca. La puerta se quedará abierta para poder oírte llamarme si necesitas lo más mínimo y muy pronto regresaré. Así que mantén tu bocaza cerrada, relájate, tumba a Cassy a tu lado, luego tiéndete y trata de dormir. ¿De acuerdo?

-No -respondió categórico Gabriel-. Pero ¿acaso tengo otra opción?

-Ni la más remota. Lo que significa, escasa, mínima, lejana…

Alexander siguió dándole sinónimos y mirándole serio mientras caminaba de espaldas hacia la puerta, retando a Gabriel a interrumpirle o decir cualquier cosa, hasta que estuvo fuera del alcance de su vista. Una vez en el pasillo, Alex se detuvo en el mismo instante que cruzó el umbral del cuarto. Tenía que hacer que el guardián cogiera soltura y confianza en sí mismo. ¿Y qué mejor método para perderle miedo al agua que tirarle de repente a ella? El moreno se sintió como un padre cruel al dejar solo a Gabriel ante sus miedos e inseguridades. ¿Cruel? Puede, pero no descuidado, Alex no dio ni un paso más. Se quedaría cerca del borde de la piscina, pero donde su infante no pudiera verle. Ni por un segundo pensó en dejarle a solas a cargo de su hermana tan pronto. En realidad tenía serias dudas sobre si algún día sería capaz de apartarse la distancia suficiente para no oírle a él o Cassidy si gritaban. Pero necesitaba que por el vínculo que los unía dejaran de correr temores que se filtraban en su hermana, retrasando de seguro su recuperación. Ambos debían sentirse lo más cómodos y relajados posible. Dando gracias al cielo de que el gran hombre no fuera capaz de ver sus faroles con la aterradora facilidad que los leía en su capitán, el moreno tomó asiento en el suelo del pasillo apoyando la espalda en la pared.

Alex no supo cuánto tiempo pasó desde que se sentó en el suelo hasta que se despertó mecido por un leve zarandeo en su hombro. Al abrir los ojos desmesuradamente, preocupado de haber pasado por alto alguna llamada de auxilio de Gabriel, se encontró con el rostro risueño de Will. Vestido con unos chinos color crema y un polo azul claro por fuera de los pantalones, su capitán le miraba con aire burlón y el pelo más revuelto que nunca.

-¿Todo bien por la sala de partos, Doctor Alexander?

El aludido se inclinó a su izquierda para asomar la cabeza por el hueco de la puerta. Allí, en el dormitorio blanco, rosa y dorado, en el lecho de matrimonio sin armazón, ni cabecero, ni dosel que era lo que quedaba de la cama de Cassidy, encontró la respuesta. Su hermana dormía plácidamente con la cabeza apoyada sobre el pecho desnudo de su ángel custodio. El cual igualmente estaba sumido en un sueño reparador.

-Se podría decir que sí -respondió Alex, pareciendo no estar del todo convencido-. Creo que iré a darme una ducha mientras la calma dure -se planteó en voz alta, poniéndose de pie ayudado por William-. ¿Cuánto llevo aquí?

-¿No lo deduces por tu aspecto? -bromeó con él William, indicándole con la cabeza que observase el estado de sus ropas-. No estaría de más que salieras a alimentarte.

Alex no escuchó esta última apreciación, pues se había quedado embobado observando la pinta desastrosa de sus ropas. Sus Dockers grises estaban completamente arrugados y su camiseta negra ajustada había pasado por mejores días. William le sacó de sus pensamientos con un apretón en el antebrazo. El capitán se vio en la necesidad de repetir su sugerencia a Alex de salir a conseguirse alguna donante “involuntaria”. Como ya esperaba, su moreno soldado descartó de inmediato la idea. Pero Will no cedió hasta convencerle alegando que su piel se veía más blanca que nunca. Terminándole de convencer con el argumento más convincente de todos los que se le podían haber ocurrido.

-No querrás estar bajo de forma si necesitamos de tu ayuda, ¿verdad?

Dándose por vencido, Alexander sacudió la cabeza e hizo como que aceptaba el consejo. Pero no se movió de su posición hasta que William entró en el dormitorio de su hermana con la promesa de que no se movería de allí mientras él estuviera fuera. Sólo entonces Alex se dirigió a su cuarto dispuesto a realizar lo más rápido que pudiera las tareas de mantenimiento mínimo que requería su persona. Entró en el dormitorio que compartía con su capitán y sin cerrar la puerta se sentó al borde de su cama para descalzarse sus Bruno Magli y dejarlos perfectamente colocados bajo la cama. El dormitorio, totalmente gemelo al de Gabriel y Hardy, disponía igualmente de un baño completo, dos camas de matrimonio, varias cómodas, una enorme televisión de plasma, un par de mesitas de noche, cajoneras y un gigante armario de doble puerta, todo en madera oscura rústica. En lo único que se diferenciaba era en el color de la ropa de hogar. En el de sus compañeros era de un rojo borgoña intenso, en el suyo de un azul oscuro plomizo, que era en realidad el único aspecto decorativo que aprobaba Alexander de la decoración del sitio. Él hubiera elegido una ambientación mucho más minimalista combinada con pinceladas de reminiscencia gótica o rococó para darle personalidad. Pero le encantaba sentirse como un hijo oprimido por el gusto por lo lógico de la señora Legrende, a la que había tomado en secreto como madre adoptiva. Y según ella, aquella amplia casa de playa era una cabaña y como tal su decoración tenía que ser rústica. Alex, como el buen hijo que había pretendido a ser eternamente, ya fuera para sus padres reales o para los señores Legrende, jamás la contradiría en el modo de ambientar su casa.

Pensando en todo eso, Alex sonrió en su camino al baño, el cual había sido una concesión secreta hacia sus gustos más elitistas por parte de la madre de Cassy. Este contaba con todo lo que contaban los demás. Una enorme bañera y una ducha acristalada, ambas con hidromasaje. Dos senos, un enorme espejo y un armario para las toallas y albornoces. Sólo que este enorme aseo no era blanco y dorado como el resto. Este era negro en su integridad y todo el mobiliario era de un gris mate perlado que le daba una elegancia sin igual. Las jaboneras, el vaso de los cepillos de dientes y demás complementos eran los encargados de dar un toque de color, rojo oscuro brillante. Su sonrisa creció al recordar ese detalle. Aquel lugar no encajaba para nada con el resto de la casa. Y aun así la señora Legrende lo diseñó de ese modo para contentarle. Ella también le había sentido de algún modo como su hijo y Alex supo que al fin alguien se sentiría orgulloso de él. Los padres de Cassidy, desde donde fuera que estuvieran sabrían que Alex no les había defraudado, que había cumplido con las expectativas puestas en él.

El chico no se paró a mirarse en el espejo, le basta con presuponer lo caótico que sería su aspecto, para nada necesitaba una confirmación. Ya se encontraría con su yo reflejo cuando estuviera en condiciones. Sin más preámbulos accionó el grifo de la ducha dejando el agua correr para que se calentara mientras se desnudaba. Una vez como su madre biológica, por la única que jamás se preocupó puesto que no llegó a conocerla ni tenía recuerdos de ella, se introdujo en la cabina. Echando la cabeza hacia atrás recibió el chorro de agua templada sobre su cara como un sediento recibiría una jarra de ese mismo líquido a unos cuantos grados bajo cero. Mientras que las cálidas gotas del fluido elemento se deslizaban por su pelo para empapar su espalda, Alexander sintió como si un enorme y pegajoso peso se le escurría de encima para desaparecer por el desagüe. Era como si el puro líquido que recorría su piel le limpiara de las imaginarias cenizas que su mente había creado sólo para él horas antes.

Alex nunca comprendería de dónde había sacado su traicionero subconsciente aquellas imágenes de su hermana difunta, pues él jamás volvió a verla. Cuando sus guardianes le despertaron de su inconsciencia en el suelo, le sacaron rápidamente de su hogar. En el momento que pudo volver, la casa ya no era más que un montón de escombros.

-Olvida el pasado, vive el presente -se dijo en voz alta, recriminándose a sí mismo por dejarse llevar otra vez por lo que había sucedido hacía varias eternidades.

Al oír de su boca las palabras que muy sabiamente un día le regaló William, se sintió con fuerzas renovadas. Sacó un albornoz de color negro del armarito, se enfundo en él y salió al dormitorio. Tras elegir su ropa: calzoncillos Calvin Klein blancos de cinturilla roja, vaqueros negros, camiseta interior blanca y un suéter de cuello de pico gris perla de lana virgen, se vistió y salió al pasillo. Durante su ducha no escuchó ningún lamento ni grito de auxilio, cosa normal pero que aun así había temido sucediera de todos modos, no dejándole relajarse por completo en ningún momento. Desde su dormitorio, al estar todas las puertas abiertas, escuchó cómo Gabriel y William conversaban en tono tranquilo y bajo para no despertar a Cassidy.

Nada más salir al pasillo se encontró de frente con Hardy, quien quiso decirle algo pero no pudo, puesto que él le tapó la boca con la mano en cuanto presintió sus intenciones. No quería que el grandullón descubriera que iba a abandonar el domicilio por un periodo escaso de tiempo y entrara en histeria al pensar que no todos estarían allí si “trágicamente” Cassidy volvía a padecer uno de los muy frecuentes cambios de temperatura que padecería noche y día durante semanas o meses. Confiando en que Hardy comprendiera el mensaje sin necesidad de pronunciarse, se puso un dedo sobre los labios pidiéndole silencio y después señaló el dormitorio de su hermana con la cabeza. Hardy comprendió de inmediato y le ofreció su antebrazo como todo un caballero de época a una dama, proponiendo llevarle donde precisara, a su modo. Alex rechazó la invitación con un moviendo de cabeza y encogiéndose de hombros Hardy le cedió el paso para después entrar en el cuarto de Cassidy.

La entrada de la casa constaba de un sistema de seguridad de doble puerta que llevaba al sendero que cruzaba el pequeño jardín delantero, que conducía a la cancela de forja negra de dos metro de altura, dotada de un sistema de apertura de cerradura electrónica que se activaba mediante una clave numérica. Al cruzar Alexander todas estas medidas de seguridad, por primera vez pensó que eran insuficientes, más considerando sus circunstancias actuales. Quizás la doble puerta era una buena precaución contra la exposición accidental a la luz diurna, al no poder abrirse una sin antes haber cerrado convenientemente la otra. Pero antes Cassidy era la única que por despiste les podía poner bajo este riesgo. Ahora no esperaban la visita de humano alguno, con lo cual quedaban un poco obsoletas y en la cabeza de Alex pedían a gritos ser sustituidas por otra de acero reforzado o incluso antimisiles.

La frescura de la noche recién caída bailó por el rostro de Alexander recordándole lo apetecibles que eran las salidas en esos primeros días del otoño. La brisa marina se coló por su nariz dándole un sentido más vivo a las estrellas que brillaban fulgurantes en el despejado cielo. El estar al aire libre se sentía muy, pero que muy bien y Alex no pudo evitar sentirse un poco culpable y a la vez alegrarse de no haber aceptado la oferta de Hardy para que su necesidad de salir fuera cubierta de manera más rápida. Le apetecía pasear hasta el pueblo colina abajo. Bueno, en realidad hubiera preferido conducir colina abajo, pero tristemente no contaba con un coche para hacerlo. Prometiéndose a sí mismo conseguirse uno en cuanto le fuera posible, dirigió sus pasos al centro del pueblo. Fue un alivio encontrar que aun siendo una noche de entresemana la calle principal seguía inundada de las mesas y sillas de las terrazas de las cafeterías que aprovechaban los últimos días de buen tiempo y turismo estival. Las charlas y risas de los clientes insuflaban vida al aire otoñal que comenzaba a respirarse en la zona. Alex no habría podido soportar ver las calles desiertas, necesitaba ver que tras las aventuras y desventuras del grupo el mundo continuaba latiendo. Lo último que hubiera querido ver sería una ciudad fantasma debido al frío, pues su alma lo hubiera tomado como un signo desolador de mal augurio.

Animado por el soniquete de las voces, caminó calle adelante, las chicas sentadas a esas mesas no le servían para sus propósitos. Necesitaba un lugar donde la gente anduviese de pie de un lado a otro. Algún lugar donde tarde o temprano pudiera acercarse a una donante, sin testigos y sin levantar sospechas. La sofisticada discoteca en la que tomó una copa con la suculenta dependienta de la tienda de ropa sería ideal. Poca luz, muchos rincones, muchas chicas y, ¿quién sabe?, quizás…

-¡Vamos, Alex, por favor!

Se recriminó a sí mismo al descubrirse pensando en las gráciles curvas de la chica y su encantadora personalidad. Dulce, risueña, graciosa, inteligente…

-En serio, tío… ¡Basta!

Mentalmente también se regañó por hablar solo en voz alta en medio de la calle, como si fuera un lunático, y después maldijo para sus adentros al descubrir que no podía tomar la decisión de ir a otro lugar, sólo como medida preventiva, porque tardaría demasiado en dar con una donante sola en la calle a esas horas. Tendría que ir a aquel local y si la chica estaba allí… pasar y saludar. Ante todo Alex era un caballero. Su código no le permitiría hacer como si no la conociera después de haber estado tomando algo con ella. O al menos esa era la excusa con la que él pretendía engañarse. Su educación era la que le obligaba a saludarla y darle algo de amable conversación si se la encontraba, no su apetencia real. Al igual que era la situación la que le obligaba a dirigirse a ese bar donde seguramente estaría Eva. No lo podía evitar, ¿verdad? No, claro, era imposible que dando un par de vueltas por el pueblo se encontrara con alguna muchacha saliendo o entrando sola a su casa. Alguien a quien darle un poco de “toque”, una mordidita rápida y volver a casa. Nada imposible, ¿cierto? Las ciento de veces que se había alimentado en aquel pueblo anteriormente sin necesidad de entrar en aquel sitio… habían sido puras casualidades.

El local estaba tranquilo y ligeramente más iluminado que la vez anterior que había estado allí. No había nadie en la pista de baile y la música estaba a un nivel menos alto. Se notaba que era un día laboral y la clientela se reunía para charlar en las mesas que rodeaban el centro espacioso, destinado a las masas danzarinas que allí se reunían los días festivos, y los taburetes de la barra. En la esquina más cercana a la puerta de acceso de esta, junto a la salida de camareros, se encontraba ella, situada igual que cuando fueron juntos, hablando distraídamente con una camarera. Eva estaba de espaldas pero a la otra chica pudo verle el rostro perfectamente. Era la misma muchacha de pelo castaño y acento argentino que les había atendido la otra vez. En aquella ocasión a Alex no le pareció que entre ellas hubiera ningún tipo de relación, pues apenas se dirigieron la mirada. Por ello le extrañó que en ese momento charlaran de manera desenfadada y se las viera tratarse como amigas de toda la vida.

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